sábado, 23 de abril de 2011

La Virgen María, modelo de consagración y seguimiento


María, comienza diciendo el Santo Padre en su Exhortación Vita consecrata, “es aquella que desde su concepción inmaculada, refleja más perfectamente la belleza divina. ‘Toda hermosa’ es el título con el que la Iglesia la invoca” (n. 28). María, no siendo más que una criatura, ha recibido con razón el calificativo de “divina”: divina María. Así la han llamado los santos, que han contemplado en verdad y en profundidad el misterio de la Madre de Dios, por haber sido transformada plenamente por la gracia en una criatura nueva. En ella, en efecto, se cumplen aun mejor que en San Pablo aquellas palabras: “ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí” (Gal II, 20). Con justicia se ha llamado también a María ‘Rosa Mística’, porque el mismo Espíritu Santo ha llevado a plenitud su obra santificadora en Ella, haciéndola florecer con singular esplendor, infundiendo en Ella sus dones hasta llevarla a las más altas cumbres de la unión mística y transformativa, y haciendo de Ella su Esposa indisoluble. Así transformada, María es fiel reflejo de todo el amor y la belleza de Dios. Ella es verdaderamente el Espejo de la justicia y la santidad cristianas.
Unirse a Jesús es unirse a María, porque Ella está unida a Él como nadie nunca lo ha estado. Es más fácil –dice San Luis María Grignion de Montfort– separar la luz del sol que a María de Jesús. Y puesto que la vida consagrada encuentra su razón de ser en la unión cada vez más íntima con el Divino Maestro, no encontramos problema en afirmar que la vida consagrada es unión profunda también con María, su Madre Inmaculada. Por eso, “la relación que todo fiel, como consecuencia de su unión con Cristo, mantiene con María Santísima, queda aún más acentuada en la vida de las personas consagradas (...) La presencia de María tiene una importancia fundamental tanto para la vida espiritual de cada alma consagrada, como para la consistencia, la unidad y el progreso de toda la comunidad” (n.28).